Moodyman y Octave One, dos formas de entender la música electrónica a la americana, se dieron cita en la tercera Brunch-In The Park de la capital, por allí estuvimos.
Esta vez no hizo falta estar pendiente del “señor” del tiempo, este inacabable verano –que algunos estamos sufriendo– nos garantizaba por completo que otro domingo más el sol volvería a hacer justicia y las temperaturas volverían a estar por encima de la media en estas fechas, pareciera que la organización se haya aliado con la climatología para perpetuar el verano madrileño hasta el 9 de octubre.
Se falló a la segunda cita, por lo tanto las ganas después de la primera experiencia eran dobles, ganas primeramente de comprobar todos esos extras que el promotor –al finalizar la primera fecha y después de tan masiva afluencia– dijo que se iban a implementar en el recinto, leánse: sonido, sombras, barras, foodtrucks y puestos de cashless con su correspondiente devolución.
El que dió la cara por el micro estaba en lo cierto, nada más acceder al auditorio uno tiene la sensación de encontrarse en un lugar mucho más amigable y confortable que dos fines de semana antes, un par de estructuras metálicas con redes de camuflaje en la pista y otro par en el graderío eran los puestos más demandados en las horas centrales del día, en los que comer no era problema con los también ampliados foodtrucks.
El sonido, uno de los puntos débiles en la primera experiencia, se vió ampliado con dos torres de altavoces orientadas hacia el graderío, con una cofiguración de volumen muy baja, que al menos hace diferenciar lo que suena, pero si uno quiere disfrutar de la experiencia al 100% debe inmiscuirse en las siempre temidas y pantanosas aguas de la pista de baile, lo que algunos llaman barro.
El ambiente familiar siguió siendo la nota predominante, con niños y niñas haciendo de las suyas por todo el recinto mientras los padres les preparan bocadillos de tortilla –que seguro había hecho la abuela– escuchando música electrónica, sonidos que en los primeros compases del día era el gallego Viktor Flores el encargado de repartir, funky, disco y house en un largo set que fue derivando hacia sonidos más dub, incluso tech, una buena toma de contacto que de nuevo y como con Marc Piñol disfrutamos a un tremendo bajo volumen.
Sau Poler era el encargado de dar el relevo en cabina, un set correcto en clave house; hacer el warm up a un señor como Moodyman debe ser ardua tarea, pero el catalán cumplió con creces a medida que paulatinamente el volumen iba cogiendo un color adecuado.
Llegó la hora, Moodyman ya pululaba por el escenario y no parecía contento, por lo que uno pudo observar desde la lejanía hizó de cambiar todo el backline de la cabina, incluso mover la misma algún que otro metro, no sabemos si por temor al sol –que se estaba escondiendo– o al inexistente aire. Después de que una de las chicas que lo acompañaba “mezclara” algunos discos a modo de prueba de sonido en directo, comenzó el americano a soltar su discurso, mucho funk, house del de verdad, con mucha alma, alguna que otra joya del fallecido Frankie Knuckles, y momento cumbre cuando los altavoces empezaron a escupir el Little L de Jamiroquai –alguna cara rara y abucheos del respetable, que a mi parecer a veces no lo es tanto–.
Acto seguido de la masterclass del bueno de Moodyman llegó el turno de los hermanos Burden, Octave One se presentaba en Madrid con su aparatoso y sugerente live, una cabina repleta de máquinas con las que hacer un discurso sobre la música de toda su carrera, con como no, el momento álgido de la tarde cuando los primeros compases de Blackwater se empezaron a diferenciar, para dejar de ver el escenario y contemplar el parque de teléfonos móviles que gasta la capital –parece que iPhone lleva algo de ventaja a sus competidores– grabando en forma de video tan grato recuerdo.
En ese momento dimos por finalizada nuesta visita a Brunch-In The Park Madrid, del que nos despedimos –esperamos que sí– hasta el año que viene, ya que no podremos asistir a la última cita de este domingo 9 con Tiga, Damian Lazarus y Javi Redondo.