Hay artistas que se cuelan en tu vida como un recuerdo feliz que nunca viviste. Otros llegan como una descarga de energía en el centro del pecho. Barry Can’t Swim consigue las dos cosas a la vez.

Tras un álbum debut —y todo un verano de 2024 sonando en las promos de Radio Castilla-La Mancha— que lo puso en el mapa como una de las figuras más queridas y prometedoras del panorama electrónico británico, Loner no viene a demostrar nada. Y, sin embargo, lo reafirma todo. Aquí no hay ansiedad de segunda obra ni necesidad de repetir fórmulas. Lo que hay es una celebración clara de su propio lenguaje: color, euforia, emoción y una soltura que solo pueden permitirse quienes están en paz con su forma de crear.

Joshua Mainnie —su verdadero nombre— compone como quien pinta con témperas sobre un papel húmedo: todo se mezcla con armonía, sin rigidez, sin contención. Su universo visual, construido desde los días de Jazz Club After Hours hasta el surrealismo juguetón de la portada de Loner, no es una simple estética; es una extensión del sonido, una forma de hacernos entrar en su mundo sin preguntar demasiado.

Y dentro de ese mundo, este segundo disco es más club, más noche, más cuerpo. No pierde la luminosidad que lo define, pero ahora hay un subtexto más rítmico, más cargado de beat y menos de ensoñación. “About To Begin” es un claro ejemplo: sintetizadores como flashes de neón, percusión marcada y una estructura que se abre y se cierra con la precisión de un set bien armado. “Different” se mete directamente en territorio techno, con bajos gruesos y una sensación de urgencia que contrasta —y complementa— su habitual dulzura melódica.

Pero es en los cortes más melódicos donde Barry demuestra que su poder está en el detalle. “Kimpton”, junto a O’Flynn, es una maravilla: una explosión emocional sin necesidad de pirotecnia, como si Four Tet hubiera pasado una semana de vacaciones en las Highlands con Bonobo. “Cars Pass By Like Childhood Sweethearts” —solo por el título ya merece una escucha— mezcla nostalgia y groove en un ejercicio de house melancólico que podría pincharse al atardecer en un festival o escucharse con auriculares mientras se espera el tren. Y “Wandering Mt. Moon” es sencillamente preciosa: cuerdas cinematográficas, texturas suaves, una despedida elegante que no cierra, sino que deja la puerta entreabierta.

Loner no reinventa a Barry Can’t Swim, pero lo eleva. Es su álbum más completo, más equilibrado, más libre. No necesita gritar para hacerse escuchar. No quiere romper la pista, quiere hacerla bailar con una sonrisa en la cara.

En un momento en el que la electrónica parece obsesionada con el maximalismo emocional o la oscuridad abrasiva, este disco apuesta por la sencillez bien hecha, por la alegría sin ingenuidad, por la calidez sin edulcorante. Y eso, en estos tiempos, también es radical.

📀 Yoikol para 808 Radio