Un día como hoy, justo ahora hace un año, fue el último día que tuve la suerte de poder pinchar en un club de verdad, Family Club. Ha pasado un año, que se ha hecho muy largo, demasiado; tampoco sabemos cuánto más se alargará, pero algo tengo claro y me tranquiliza: lo nuestro es eterno.

No sirve lamentarse, ya hace exactamente un año que tú y yo no nos vemos, tampoco hablamos. Un virus llegó y nos separó, a veces pienso que para siempre. Recuerdo con todo lujo de detalles nuestra última noche, como entre las tinieblas y el humo, los flashes y el láser, tú y yo éramos todo, menos conscientes de que era la última vez. Y es que está no es una historia de dos, eres quien está leyendo esto, también el que ya lo ha leído y quien lo leerá después. eres uno de esos que siempre estaba ahí, muchos días nada más empezar. Aparecías, saludabas y te ibas a tu lugar, ese espacio que sentías propio y del que apenas te movías en toda una noche.

Recuerdo cómo silbabas, cómo gritabas, cómo estabas pendiente de cada detalle, cómo cuando algo no te cuadraba –nunca mejor dicho– no te cortabas, e incluso mandabas algún gesto a cabina. Recuerdo tu cara y la veo por todos lados, porque eres cualquiera. Cómo olvidar salir a tomar el fresco y que también estuvieras allí, fumando o simplemente charlando, de cualquier historia siempre llena de sueños imposibles y batallas, aunque siempre sincera. No nos vamos a engañar, estos 365 días pesan como una losa, valen por tres y la esperanza de un principio –la de vencer cuanto antes y volver a encontrarnos– se fue transformando en una sensación de vivir el día sin mirar mucho más allá. Nos hemos distanciado, tampoco sabemos cuándo volveremos a convertir en realidad todo aquel recuerdo del que nos quedan algunas fotos, muchos sonidos e infinitos momentos.

Por suerte aún nos quedan las radios, las redes y todas esas cosas que podemos “disfrutar” en las pantallas. Algo es algo, al menos tenemos claro que seguimos ahí, que no podemos tocarnos ni sentir aquellas maravillosas vibraciones de bajas frecuencias en nuestro pecho, pero sabiendo que lo nuestro es eterno y que la llama, sin hacerle falta ni una chispa, volverá a prender nuestra historia. Una historia que sigue viva gracias a todos aquellos que, ahora sí que sí en muchos casos por amor al arte, andan buscando el sentido a la cosas en forma de música; refugiándose en su creatividad sin saber muy bien para qué, pero sintiendo eso, que lo nuestro es eterno.

Juan Antonio Lorente – Febrero 2021