Si algo ha quedado claro tras esta última edición de DANTZ es que la música del futuro en España no solo se defiende, sino que se construye y evoluciona de manera decidida. Proyectos como DANTZ, nacidos del esfuerzo casi quijotesco de quienes creen en el arte sin concesiones, son prueba de que la escena sigue viva, resistiendo, buscando su espacio, intentando abrirse paso entre un sistema que pocas veces facilita las cosas. Pero hay algo más. Algo que trasciende la mera supervivencia y nos obliga a hacernos una pregunta incómoda: ¿es suficiente con resistir?

Después de estos días en DANTZ, para mí la respuesta parece clara: no lo es. Resistir es solo el punto de partida. Lo realmente importante es proyectar, trascender más allá de los muros de nuestra propia comunidad, abrir las puertas y atraer a nuevos públicos. Mirar menos hacia dentro y más hacia fuera. Porque de poco sirve crear una escena fuerte si esa fuerza no se traduce en una presencia real en la sociedad. Si no cruzamos la barrera de lo «nuestro» para ser de todos.

DANTZ ha entendido esto y, en su manera de abordar la música avanzada, muestra que hay otro camino. El de la integración con la cultura, el arte, el espacio público, el diálogo con otras disciplinas y con la vida misma de la ciudad. Porque si queremos que los sonidos contemporáneos ocupen el lugar que merecen, no pueden limitarse a ser un reducto para convencidos, sino una manifestación abierta, una excusa para que otros los descubran, los hagan suyos y los vivan con naturalidad.

El cartel, la puesta en escena, la selección de espacios y el espíritu que han impregnado esta primera edición de DANTZ Network Congress demuestran que no se trata solo de poner nombres en un line-up y esperar que el público venga. Se trata de crear contextos, relatos, vínculos. De hacer de las propuestas innovadoras algo orgánico, no un gueto. De ser una parte relevante del presente y no solo un testimonio de resistencia.

Por eso, más allá de la música, lo que dejan estos días por Donostia es una lección necesaria para toda la escena. La de querernos más, pero también proyectarnos mejor. Dejar de hablar solo para los nuestros y empezar a hablar para el mundo, sin miedo, con convencimiento. Que lo que hacemos no sea solo una lucha por conservar lo que tenemos, sino una conquista de lo que aún no.

Y lo que nos falta no es poco. Pero, al menos, sabemos que hay quien ya está en ello.

Juan Antonio Lorente, Yoikol

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