Escribo menos de lo que me gustaría, quizá porque ya no siempre encuentro algo que me atraiga de verdad. Pero de vez en cuando aparece un disco que no pide una reseña, sino una confesión. Uno que te mira a los ojos, te obliga a parar, a escucharlo sin pensar en la siguiente tarea, sin querer atraparlo en etiquetas. Tremor, el nuevo álbum de Daniel Avery, es ese tipo de disco. Uno que no se deja contar del todo, porque vibra en lugares donde las palabras se tornan torpes.
Hay un temblor en su sonido, sí. Pero también hay calma, una sensación de haber alcanzado un punto en el que la creación ya no necesita justificar su rumbo. Desde aquel Drone Logic que marcó un antes y un después en la electrónica británica hasta el oscuro y vibrante Ultra Truth de 2022, Avery ha ido erosionando las fronteras entre géneros, buscando siempre el alma que late dentro de sus máquinas. En Tremor, esa búsqueda desemboca en un nuevo territorio: un cruce de caminos entre el caos y la ternura, entre el pulso digital y la respiración humana.
Daniel Avery nunca había sonado tan vivo, tan de carne y hueso. Y quizá por eso Tremor no es solo un disco, sino un organismo que respira. Las guitarras, las baterías, los sintetizadores y las voces se mezclan como si compartieran una misma piel. Hay momentos en los que uno puede sentir el roce del aire entre los cables, la electricidad derritiéndose entre dedos humanos. Suena grande, pero no grandilocuente; íntimo, pero no encerrado. Es el sonido de alguien que ha aprendido que la emoción no necesita ser gritada para hacerse inmensa.

Desde la apertura con “Neon Pulse”, el disco parece erigirse como un paisaje mental que se construye lentamente, capa a capa. “Rapture in Blue” nos sumerge en una especie de trance líquido donde la voz de Cecile Believe flota entre acordes que parecen venir de un recuerdo borroso. “Haze”, con Ellie, se adentra en una zona más física, con guitarras que muerden y reverberan como si quisieran romper el aire. “A Silent Shadow”, junto a bdrmm, prolonga ese estado: es música que se expande, que late con una fuerza emocional que pocos productores contemporáneos pueden alcanzar.
Pero Tremor no es solo un viaje sonoro, sino una declaración de intenciones. Avery ha querido formar, por fin, la banda que siempre imaginó. Y lo ha hecho sin renunciar a su naturaleza de arquitecto sonoro, de creador obsesivo que convierte el estudio en un laboratorio de emociones. Un atrevido laboratorio que está bajo la lluvia londinense, entre sintetizadores antiguos, micrófonos, grabaciones de campo y el rumor del río Támesis colándose por las ventanas.
Esa mezcla de mundo exterior y universo interior atraviesa todo el disco. “Greasy Off the Racing Line”, con Alison Mosshart, es pura combustión: un encuentro entre el sudor y el éxtasis, entre el caos y la precisión. “In Keeping (Soon We’ll Be Dust)”, con Walter Schreifels, suena a redención, a esa sensación de estar cayendo pero con los brazos abiertos. Y “A Memory Wrapped in Paper and Smoke” es quizá la pieza que mejor define el espíritu del álbum: una despedida suspendida en el aire, un instante de luz que tiembla antes de apagarse.
El sonido, trabajado junto a Ghost Culture, Manni Dee, David Wrench y Alan Moulder, alcanza un equilibrio milagroso entre la distorsión y el detalle. Cada textura parece estar colocada para sostener. Avery siempre ha dicho que cuando algo se siente bien, está terminado. Esa intuición, esa negativa a sobrepensar la emoción, es lo que da a Tremor su poder. Porque detrás de cada capa hay una verdad que no busca perfección, sino presencia.
Escuchar Tremor es asistir a la transformación de un artista que ya no necesita esconderse detrás del 4×4. Es ver cómo el techno se funde con el ¿rock? Cómo la melancolía se vuelve energía y cómo el sonido, al final, se convierte en piel. Hay ecos de Deftones, de My Bloody Valentine, de The Cure, de todas esas bandas que definieron el vértigo de sentir —y adelantarnos— demasiado. Pero lo que Avery consigue aquí no es nostalgia: es una reinvención.
Podría decir que es uno de los discos del año, pero sería quedarse corto. Tremor es una declaración de amor a la música como refugio, como temblor y como verdad. Un álbum que parece mirar hacia atrás solo para impulsarse hacia lo desconocido, hacia un lugar donde la emoción sigue siendo posible.
Escribo menos de lo que me gustaría, sí. Pero cuando la música vuelve a hacerte creer, cuando un artista logra tocar esa fibra donde el ruido se convierte en alma, escribir vuelve a tener sentido.
Y en ese punto, Daniel Avery vuelve a recordarnos por qué la música importa.
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